Hay un delicado equilibrio entre la compasión y la firmeza. Podemos poner límites rígidos e infranqueables o demasiados laxos. El exceso generará frustración o indefensión: un ambiente excesivamente opresor provocará rebeldía ante las figuras de autoridad o comportamientos tendentes a la pasividad. Padres demasiados permisivos dificultarán la incorporación de límites internos y espacios de protección favoreciendo estados de confusión y desorden mental. Ambos extremos originarán inseguridad, baja autoestima o sensación de desamparo.
Debemos ser compasivos haciendo un buen uso del amor. La compasión airada es un término acuñado en el budismo tibetano para nombrar esa actitud que nos ayuda a mantener una presencia amorosa y enérgica cuando es necesario. Sin faltar al respeto ni herir innecesariamente el corazón de los menores pero con firmeza para que aprendan a incorporar hábitos de autocuidado y fortaleza a nivel interno. Es mostrar cariño hacia los pequeños conteniéndoles y protegiéndoles desde su espacio familiar.
LÍMITES Y NORMAS
Normas y límites son importantes en cualquier etapa del desarrollo, pero en niños y adolescentes son prioritarias.
Eric Berne en su teoría de Análisis Transaccional señala que todos tenemos tres “hambres”:
• Reconocimiento
• Estructura
• Estímulos
Una manera de satisfacer nuestra estructura es a través de las normas y los límites. En una familia lo importante no es la cantidad, sino cumplir las más necesarias y saber “para qué” están.
Hay que tener en cuenta:
• La función de una norma es de protección para el cuidado y beneficio de los hijos y el sistema familiar.
• Una norma jamás puede ser aplicada como castigo. Perdería su función de protección.
• No ponerlas por la comodidad de los padres. Deben cumplir un papel.
• Cuando se crean las normas, hay que mantener 3 de ellas como fijas y las demás que sean flexibles.
• Mejor pocas y cumplirlas que muchas y no practicarlas.
• Adaptarlas a la edad de los hijos y su capacidad. Por ejemplo, los adolescentes necesitan traspasar límites para empoderarse y confiar en su capacidad de logro. Lo principal es estar atento a que esos límites se transgredan en situaciones en las que no corran peligro.
• Nunca quitar algo que es importante para ellos como castigo, por ejemplo, hacer deporte. Necesitan tener un espacio propio, donde se sientan bien.
• Si se ofrece un premio por una conducta, no se puede retirar bajo ningún concepto, aunque se hayan portado mal en otras situaciones. Se faltaría a la palabra dada. Deben incorporar la relación entre lo que hacen bien y el reconocimiento, sino les crea desconfianza e indefensión.
• Poner normas que los padres sean capaces de sostener. Evitar las que no puedan mantener.
• Cuidar la coherencia en las normas. Mantenerlas aún cuando haya cambios en la casa les permite incorporarlas fácilmente.
• Establecer reglas con las que los adultos se sientan cómodos. Si resultan difíciles o incongruentes no se van a transmitir de forma natural. Tendrán que encontrar puntos intermedios.
• Cuando se convierten las normas en hábitos, es que ya las tienen integradas.
La compasión airada requiere dosis importantes de sabiduría, reflexión, atención consciente y amor. No es una excusa para herir o descargar rabia sobre los demás. Es aprender a conectar con nuestro corazón y desde él movilizar una energía protectora actuando con compasión y sabiduría.
Sandra García Sánchez-Beato
Psicóloga, psicoterapeuta humanista-existencial
Fuente: Revista espacio humano